domingo, 15 de febrero de 2009

Capítulo 15: Depresiones noventeras.

No nos habíamos puesto tristes porque se oscurecía, tampoco por la música, pero conforme pasábamos de miradas calzadas a pies ciegos y cansados –que My Bloody Valentine, que Slowdive, que Chapterhouse– nos íbamos demacrando cada vez más. La vida nos parecía, de nuevo, una broma fatal y para colmo, el día había nacido cerrado, ahora que ya era tarde, y pensábamos que hubiésemos preferido penetrarlo. Cegados como estábamos por la niebla espesa que nos cubría desde las partes nobles a las lacayas -que a veces parecían duras como robles- no nos quedaba otra que resignarnos a quedarnos pegados a nuestras sillas de playa, bajo un techo de playa y dentro de nuestras penas de adolescente noventero, esbelto y canalla.

Pronto comenzamos a sentir hambre de absolutos, así que no nos llenábamos con nada. Deseábamos amar, pero no suicidarnos antes de tiempo. Qué mal. Y los niños-monstruos aún no llegaban.

-Los niños-monstruos aún no llegan –dijo Cristóbal.
-¿Quieres que formemos una familia-monstrua? –dije yo.
-¡Oh, tú, narrador! ¿Por qué nos refieres siempre en primera plural? –replicó Cristóbal, con su incisión habitual.

Y los fenómenos que no llegaban. Yo ya pensaba que las cicatrices y las sobredosis de Olanzapina, a diferencia de lo que pensaba mi psiquiatra, eran clamores de vida. Podrida, pero vida al fin y al cabo. Así fue cómo, de serenidad sufrida a euforia catatónica, mientras yo botaba cosas y Cristóbal declamaba poéticos insultos, ambos completamente descontrolados y doblemente nublados, ahora también por las cataratas que bajaban desde las cejas hasta nuestros labios, pasamos en menos de un segundo y tanto.

Sin embargo, no bien hubieron llegado Coke y Claudio, nos calmamos: somos los más fieles exponentes de la "Generación Espontánea".

No hay comentarios:

Publicar un comentario