Desde el segundo piso, podía advertir el nerviosismo y las presencias desesperadamente silentes del primero. El terror ante manifiesto quietismo me hacía permanecer abrazado a mí mismo. La desesperación de mi abrazo se intensificaba y el dolor de huesos que experimentaba era sencillamente indescriptible.
Cerraba los ojos, pero no podía cerrarlos: era como mantener la vista apagada en mi cara dormida, pero el sueño no revelaba otra cosa que mi espantosa vigilia.
Mi cuerpo se transformaba en un nómade de las dimensiones en las que se realizaba mi propio cuerpo. Ya no estaba seguro de sentir lo que sentía ni de escuchar mi voz o la de otro en mi mente. Ya no sabía si mi mente era realmente mía. El narrador de aquel pretérito tiempo presente se confundía:
"Las cortinas tiñen de irónico color verde las paredes de la pieza en que Cristóbal, desnudo y sin ninguna esperanza, permanece acostado, sumergiendo a ratos su cara en sus sábanas. Sin embargo, Cristóbal siempre vuelve a emerger de su suave guarida, porque la verdad es que quisiera estar protegido de todo lo que ocurre, pero no sé si podría defenderme de un mundo que sucede estéticamente ambiguo, prescindiendo de mi vista sin ser el Dragón Shiryu.
"Con el terror floreciendo rosas negras en su piel, Cristóbal divisa una sombra que sube la escalera, avanzando hacia donde me encuentro. La sombra cruza el dintel de la puerta flameante de su pieza, zumbando como un pétalo, oscuro como sus rosas y por su negrura, me doy cuenta de que se trata de un aliado que trae información sobre los fatídicos acontecimientos de esta ominosa guerra, que no contempla adversarios ni afrentas, ni misiles ni guerra:
"-Mmmaaaeeessstrooo, me paré frente al essspeeejooo y viqueyomismoeraunfetoreflejado.
"'Maestro…', piensa Cristóbal. Podría ser Erick, pero no entiendo por qué me habla de esa forma.
"Esforzándose un poco, Cristóbal intuye, yo intuyo que los cambios de velocidad que el presunto Erick imprimió a su mensaje intentan transmitir, intentan transmitirme que la comunicación entre ellos, entre nosotros debe realizarse en secreto (puede ser que Tata esté escuchando). Así, se le ocurre, se me ocurre la idea de explicarle, de explicar lo que tienen, tenemos que hacer en rudimentario código Morse. Cristóbal, yo, se, me pongo de pie encima de la cama y comienza a golpear una pared con mis puños sin despegar en ningún momento su vista de esa sombra que ruego a los dioses de todas las religiones que sea Erick."
(Deus ex machina: Atenea, al oír el lamento de mi angustia alcanzar el tiempo y el espacio, decidió posar sus ojos en los míos. Su divina intervención permitió que reconociera a Erick. Sin embargo, el hecho de que la enigmática presencia se revelara como la de un Policía Joven no sirvió de mucho: él no comprendió en absoluto la intencionalidad de mis movimientos. Después de que me siguiera con atenta mirada, preguntó: “¿King-Kong?”.
-¡Entiende lo que te digo, por favor! -pero Erick no estaba para mímicas difíciles y resolvió que lo mejor era bajar de nuevo al primer piso.)
Lapsus: me di cuenta de que ya había amanecido y de que yo permanecía como una estatua, de pie sobre la cama. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero había sido el suficiente para que volviera a sentirme uno conmigo mismo, el suficiente para que volviera a ver las cosas como un neurótico estándar. Terminé mi proceso de tomar conciencia sacudiéndome como un estúpido. Luego, bajé a reunirme con mis colegas.
El televisor estaba encendido: en el noticiario, transmitían una protesta de funcionarios de la Policía de Investigaciones de Coquimbo, pero yo ya había perdido todo mi poder de asombro. En el sillón había una larva gigante y encima de la mesa, una hoja con una caligrafía horrenda y con una perfecta ortografía, de la cual se leía:
'Esta noche, varias patrullas policiales han transitado frente a nuestra casa. Junto a Claudio, sospechamos que lo que ocurre es síntoma de que ya se han efectuado suposiciones sobre nuestro secreto paradero. Claudio me advierte que quizá no nos quede mucho tiempo. Yo le pregunté por qué tiene esa cara de miedo. No me responde nada. Ahora me pregunta por qué escribo todo lo que pasa. Arranquemos'.
La larva del sillón transmutó en Erick. Me acerqué hasta donde él estaba:
-Decídete ser de una forma, fenómeno –le dije, y le pasé el papel que había encontrado en la mesa.
Mientras Erick leía, revisé todos los rincones de la casa, pero no encontré rastros de Coke o de Claudio.
Regresé hasta donde estaba Erick.
-¿Qué hacemos?
Erick se demoró un rato en responderme. Primero, se sentó. Luego, cruzó una de sus piernas sobre la otra. Finalmente, se llevó una mano al mentón. Toda esa parafernalia me convenció de que diría algo muy intelectual. No estaba equivocado. Sin previo aviso y con evidente alegría, se puso de pie y me gritó en la cara:
-¡El Loquillo!
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