martes, 6 de enero de 2009

Capítulo 1: "Ustedes son Policías Jóvenes".

Todo empezó un día, o sea una noche, en que Pablo celebraba su cumpleaños. Habíamos llegado a la plaza Santa Ana Claudio, Erick, Chulín, Coke, Loquillo y yo a volarnos (menos Chulín, que no le hacía) y a comernos unas pollitas del Liceo 1. Sin embargo, nos dimos cuenta de que no había nadie, porque eran las 11 de la noche, era sábado y era enero; estas chiquillas, seguramente, se encontraban vacacionando, exhibiendo sus cerradas conchitas en alguna playa para surfistas desvirgadores. Desconsolados, nos pusimos a meditar, cuando de pronto algo nos dijo: "ustedes son Policías Jóvenes". Ante el asombro, le preguntamos a esa misteriosa voz: "¿quién eres?". Grande fue nuestra sorpresa, al darnos cuenta de que era un vagabundo peruano; el sujeto llevaba bastante rato hablándonos del tiempo y nosotros no nos habíamos dado cuenta. No obstante, podíamos ver sus dientes amarillos y sentir su aliento... ¡Pero qué aliento! Digno de un Dios. Y como Dios es Padre, Espíritu Santo e Hijo, no tuvimos que hacer manifiesto el acuerdo sobre sacarle la ropa para crucificarlo, como Jesús (al arte lo que es del arte). Sin embargo, Claudio irrumpió, en medio de nuestra recreación bíblica, con estas sabias palabras: “¡Qué cuerpo más perfecto!” (entre paréntesis, Claudio siempre se da cuenta de las cosas). Por supuesto, yo le creí, aunque no estaba muy de acuerdo con él, y me abalancé sobre el vagabundo -porque a mí nunca me han gustado los defectos, y me gustan las cosas que no tienen defectos, o sea lo mismo. El vagabundo balbuceaba algo y me empujaba lejos de él. Seguramente, se reía de todos nosotros. Creía que ser vagabundo le daba algún derecho sobre la gente sedentaria. Mis amigos, empero, no iban a dejar que se fuera sin darme un beso. Alguien intentó abrirle los labios para que mi lengua hiciera de las suyas en su cabidad bucal (de una manera bastante adjetivo a elección), pero justo cuando el amerindio comenzaba a quererme nos dimos cuenta de que Erick pedía refuerzos desde la calle, con los brazos abiertos: “¡Detengamos a los Policías Viejos!”. Claudio se le acercó y comenzó a persuadirlo:

-Erick, vienen en auto –le decía él-; hay automóviles que pueden llegar a pesar 1000 kilos, tal vez más, ¿y tú? ¿Cuánto puedes llegar a pesar? ¿70, 80… 100 kilos? Erick: los automóviles son, por definición, vehículos a propulsión; los seres humanos, en cambio, son seres que piensan. El pensamiento mueve al Hombre, y el motor al auto, pero si haces como en el experimento de Galileo, en el planeta tierra y no en el vacío, y tiras tanto al motor como al pensamiento, al mismo tiempo y desde la misma altura...
-¡Maestro! –respuesta curiosa que nos hizo correr hacia la Alameda, mientras el vagabundo nos agitaba sus pantalones cual pañuelo.

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