jueves, 8 de enero de 2009

Capítulo 2: Una micro.

Habíamos comprado estupefacientes en botillerías y veredas y luego nos subimos a una micro bastante poco ortodoxa. Aún ahí recordábamos a ese peruano de la plaza –y no es que fuéramos homosexuales asquerosos, pero tampoco éramos homofóbicos, ni tampoco heterosexuales, ni bisexuales tampoco. Los capítulos de la serie Policías Jóvenes, por otra parte, comenzarían a producirse en cualquier momento, sólo debíamos asegurarnos de ser nosotros mismos y de que la fama no perturbara nuestra sencillez y nuestro talante, dado a la justicia social que siempre se ha encontrado tan corrompida en Chile y en el resto de los países latinoamericanos, hermanos miserables.

Con ese ánimo íbamos encaminados al cumpleaños de Pablo, que vivía en Pudahuel y hoy por hoy no. Sin embargo, antes de llegar, debíamos resolver un asunto con unos Pasajeros Jóvenes que se estaban propasando -y eso que nosotros siempre dejábamos que la gente se tomara libertades, pero cuando empezaban a hablar y a moverse en la vía pública, con qué derecho. Como no estábamos armados aún, decidimos tomar las cervezas, destaparlas y espetarles: “¡bájense, si no quieren que empecemos a pasarlo bien! ¡Somos Policías Jóvenes!”. Acto seguido, apareció la canción de apertura de la serie, con todas nuestras caras haciendo algo y con nuestros nombres abajo, para que la gente se hiciera fanática del programa y comprara nuestras poleras. Nosotros celebramos por todo lo alto el lanzamiento de la serie, que alcanzaba todos los puntos de rating. Varios capítulos de la saga televisiva siguieron sucediéndose en la micro, pero ya no recuerdo ningún otro. Por cierto, recuerdo varios capítulos que se sucedieron ahí: uno, cuando hicimos que se bajaran ciertos pasajeros de una micro aledaña a la nuestra, en San Pablo… Ese fue uno de los episodios más osados de la primera temporada de Policías Jóvenes, porque desafiaba la percepción del público, que nunca está preparado para nada. Esta poca preparación se ve reflejada, sobre todo, en el público chileno (caso emblemático), ya que en él abunda el que a mí me gusta llamar espectador retrasado mental (subdesarrollado y amante de los ritmos sin alma). De hecho, pensamos que el programa no fuera transmitido en Chile, principalmente porque habíamos nacido en este país por desgracia. Muy disgustados, nos bajamos todos de la micro. Habíamos llegado a Teniente Cruz y debíamos seguir evangelizando a estos monos.

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