domingo, 11 de enero de 2009

Capítulo 3: Tata.

No recuerdo quién fue la persona que nos abrió la puerta del departamento, si la conocía o no, había mucha gente y estaba todo muy oscuro. Debían ser amigos de Pablo, de alguna brigada que desconocía, pero seguramente eran aliados, así que así que.

Había alcohol, pero no vasos; había droga, pero nadie se prestaba mucha atención. Sabíamos que esta reunión era de gran importancia para el futuro, razón por la cual le comunicamos a Pablo que él también era un Policía Joven. En seguida comprendió lo que ello significaba, al igual como nos ocurrió a nosotros, porque en el fondo sabía que teníamos un sentido, no como los seres comunes y corrientes.

Decidimos trazar el plan en ese preciso momento. Lo medular era que hiciéramos morisquetas en cadena. Coke trataba de poner orden en la sala: “soy terrible feliz”, exclamaba furibundo. Más tarde comprendería que era lógico: sabía que no nos quedaba mucho tiempo. Teníamos que actuar rápido. Sin embargo, la angustia nos impedía enlazar los proyectos de los colegas. El pánico cundía en todas las caras, o por lo menos en las que se veían.

En medio del desenfreno se escuchó algo como: “... usc... a Ra... morirá Tata”. No es que después de eso se hubiera quedado toda la sala en silencio. De hecho, ninguno de los de la otra brigada se había enterado del místico suceso. Ellos seguían compartiendo sus proyectos como si no hubiera pasado nada, pero para Claudio, Erick, Chulín, Coke, Loquillo, Pablo y yo la sala se había empezado a mover en cámara lenta. Sabíamos que ahí estaba el punto de llegada, y que Tata debía morir. Sabíamos que habíamos nacido para matar, pero ahora sabíamos a quién. Se sabe que la lucidez causa la felicidad, y si no se sabe lo sé yo. Sócrates, yo lo sé. Lástima que me quedé dormido por causa de la emoción y el estrés de mis neuronas amigas.

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